A pesar de que el Rococó debe su origen puramente a las
artes decorativas, el estilo mostró su influencia también en la pintura,
llegando a su máximo esplendor en la década de 1730. Esta pintura debe llamarse
propiamente como Pintura Galante y no como Pintura Rococó, pues este término
engloba el contexto estético en que se encontraba. Los pintores usaron colores
claros y delicados y las formas curvilíneas, decoran las telas con querubines y
mitos de amor. Sus paisajes con fiestas galantes y pastorales a menudo recogían
comidas sobre la hierba de personajes aristocráticos y aventuras amorosas y
cortesanas. Se recuperaron personajes mitológicos que se entremezclan en las
escenas, dotándolas de sensualidad, alegría y frescura.
El retrato también fue popular entre los pintores rococós,
en el que los personajes son representados con mucha elegancia, basada en la
artificialidad de la vida de palacio y de los ambientes cortesanos, reflejando
una imagen amable de la sociedad en transformación.
Jean-Antoine Watteau (1684–1721) es considerado el más
importante pintor rococó, creador de un nuevo género pictórico: las «fêtes
galantes» (fiestas galantes), con escenas impregnadas con un erotismo lírico.
Watteau, a pesar de morir a los 35 años, tuvo una gran influencia en sus
sucesores, incluidos François Boucher (1703–1770) y Jean-Honoré Fragonard
(1732–1806), dos maestros del periodo tardío. También el toque delicado y la
sensibilidad de Thomas Gainsborough (1727–1788) reflejan el espíritu rococó.
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